sábado, 23 de octubre de 2010

El libro de los cambios.

He llegado a la cima de mis labores,
-principiante en el arte del buen envejecer-
sé que tengo sólo hasta mañana
la mirada de estos horizontes,
desde aquí veo hacia el sur
la diferencia en los ocres de todos mis otoños,
todos los caminos hasta esta escalada cúspide:
las rectas y los rodeos intrincados de mis caminatas,
los ríos que he cruzado, los campos, los sembrados,
los obstáculos –la huella firme-
aquellos serpenteos en la espesura,
la continuidad, el entusiasmo,
los abismos, los ascensos
y este pozo de agua en el descanso,
el viaje perpetuo
en el libro de los cambios.
He construido un fogón con mis apuntes
en el fuego crepitante arden:
la foto de los Ingalls,
mis viejas cobardías,
un espejo con una sonrisa social cristalizada de costumbres,
una agenda de teléfonos que no me pertenece,
llaves viejas de lugares deshabitados,
las estampitas de mi primera comunión,
los libros de autoayuda,
los ejercicios de prudencia,
el disfraz de cordero,
las recetas del principio,
los impuestos pagos.
Una lluvia de cenizas el viento se ha llevado
y hacia el norte veo
nuevos colores disfumados…

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