domingo, 8 de agosto de 2010

Cartografía de un viajero en sus insomnios.

recuerdo vagamente un Greco Toledano,
- El entierro del conde de Orgaz-
cuando el mundo se repartía en mitades,
la personalidad de Velázquez en su Prado,
las cincuenta y ocho Meninas de Picasso
la época azul y sus apuntes de mujeres,
esculturas móviles de un jardín botánico,
los jardines calmos de Luxemburgo en París,
las fotos “ante el tiempo” en Madrid,
el estudio de Géricault en su naufragio:
“La balsa de la Medusa”,
el hastío de la Gioconda
ante nuestra enigmática mirada,
mis recortes culturales y estos saturados ojos
con perdidos objetos y hallazgos encontrados,
el David clonado en los umbrales del Palacio Vecchio,
la Venus de Milo – con su perdida manzana -
tan perfecta ella como aquel en su género,
cuatro esculturas en una esquina de Roma,
La Piedad en el lenguaje tónico de sus mármoles,
las luces de Caravaggio,
Botticelli con su Venus y aquella Primavera
-por añadidura las estaciones de Vivaldi-
tal vez alguna huella que escribiera
en La otra orilla aquel Cortázar,
los frescos del burdel de Pompeya,
un Barthes lúcido escondido en el alma,
un Kandinsky, un Dalí y un Miró en Venecia
en la vieja casa de Peggy Guggenheim,
el gondolero de Schubert
en las cercanías de la Plaza San Marcos
y “La Noche” en un barrio de Francia,
una charla amistosa en Versalles,
tu y yo y nuestros deseos en la Fontana di Trevi,
el arte de Gaudí en su geométrica y culta Barcelona.
Edith Piaf en los puentes del Sena,
mientras moría Saramago y vivía su evangelio,
antes había estado Yourcenar
buscando su Adriano,
por allí Sartre estuvo sosteniendo su humanismo
mientras a Freud le molestaba la cultura.

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