El comandante anunciaba que aterrizaríamos en veinte
minutos, el avión descendía lentamente, por unos instantes sentí que la
aeronave flotaba, silenciosa, parecía
suspendida en el aire, semejante a la sensación de ingravidez que uno percibe
cuando flotamos en el mar.
Mirando por la pequeña ventanilla, desde aquella altura la
ciudad parecía una maqueta en miniatura iluminada, las calles desde lo alto semejaban
los renglones de una hoja; a simple vista era una cuadrícula similar a un
tablero de ajedrez multiplicado por un centenar de veces. Según la perspectiva
desde dónde se lo miraba los renglones mantenían su clásica horizontalidad, los márgenes podían
ser un río, un puente o una zona despoblada, yo los imaginaba como una
invitación a la escritura.
Cuando aterrice en el barrio de mi mente, entre a una casa
que resultó ser una amplia biblioteca donde había libros por doquier, los
reales y los imaginarios…
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