A las ocho de la tarde de este verano, aquel hombre se estacionaba en el umbral más alto de una casa, siempre la misma, y a la misma hora. Sobre la vereda de los números pares, cerca del Almacén “Lo de Mary”.
A su derecha y a mano un porrón
de cerveza que a ratos degustaba. Tal vez se llamaba Segovía, Toranzo o Colazo,
hombres de otro tiempo que yo había conocido en mi andar por los obrajes,
aquella universidad no formal de los trabajos.
A aquellos nombres la
persistencia del tiempo los tiñe de blanco como fotos veladas que se olvidan de
sus imágenes.
Yo conjeturaba sobre el final de
su jornada, quizás su único descanso, el instante calmo cuando el sol cierra
los portones de las fábricas.
Me acerco a sus cansancios, los
conozco de haberlos transitado, esas horas prolongadas de sudores, pero me
cuesta imaginar sus sueños, sus amores, la otra piel, la otra historia, el hecho
de ser otro.
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