“Madre: ¡nunca debiste
llevarme al cementerio!” José Pedroni.
“ Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.”
Mario Benedetti
Tal vez el germen del miedo a la
muerte fue el fallecimiento de mi abuelo Segundo (sesenta y dos años) por ese entonces yo tenía nueve años, era el
diez de mayo de mil novecientos cincuenta y nueve.
Mi abuelo elegido era el
compinche de mis juegos y de aquellas travesuras, abogado incondicional de mis
pleitos, compañero de noches tardías.
Recuerdo que era un día lluvioso,
el barro dificultaba el paso de los coches, en una curva del camino cerca de
Acebal, se empantanaron varios vehículos. Tal vez una llovizna lloraba conmigo,
la muerte me mostraba un sendero sombrío, el amor y su ausencia viajaban
conmigo.
Más tarde descubrí una máxima “Ni
el sol ni la muerte se pueden mirar de frente “ De François
de la Rochefoucauld, pero en aquel instante no encontré el refugio para
aquel dolor, como tampoco pude encontrarlo años más tarde ante otras muertes.
Me impresionó el paisaje de aquel
cementerio, las fotos que envejecían en sus lápidas, las flores de plástico,
las telas de arañas en los mármoles negros, sólo en mi pecho encontré a mi
abuelo.