“…Mi padre me miraba sin
comprender, mi madre se entristecía, y
era Ercilia la que no me decía
nada, la que me dejaba hacer, sonriente. Mi madre se llamaba Felisa, y era
callada, propensa al llanto y muy hermosa. Mi padre, Gaspar, era menudo,
nervioso, dominante y gran trabajador. Firmaba Pedro Gaspare…” José Pedroni
“¡Ah, insensato, que crees que yo no soy
tu!”. Hugo.
Según relata la novela familiar
mi fuerza venía de aquella biología,
antes de nacer algún oráculo me precedía
en algunos rasgos y características
moldes de una naturaleza que yo desconocía
historias que el tiempo en su trama tejía,
de aquel mapa de mi ascendencia
con los interrogantes de toda biografía
renglones blancos de cualquier escriba,
reza su muerte temprana – de neumonía-
después de una cinchada pueblerina
comerciante de una carnicería
“ La Marquellana” le decían…
Mi abuela de cabellos de plata
temerosa de las lluvias, me amaba
me lo hacía saber en sus comidas
con montañas de milanesas y ricos
pucheros ,
no le gustaba aparecer en las fotos
y curaba el mal de ojos con aceite y agua
Mi padre en el juego de sus tiempos
en esa infancia me salvaba del mundo
con el invento de sus cuentos,
en mi adolescencia perdía apostando mis
ganancias
su inteligencia se perdía en el laberinto de
sus tabas ,
aquellos pasos perdidos yo esperaba en las
madrugadas,
y así se consumía su figura y mi esperanza,
en el galpón de su compraventa yo inventaba
mis guerras
con camiones viejos que venían de los rezagos que compraba…
Mi madre ahorraba lo que mi padre gastaba
y él hasta sus miedos heredados, hipotecaba,
conservadora por necesidades o urgencias
le temía a la pobreza, era metódica y
previsora,
a ella le debo sus austeras riquezas,
aquellas sonrisas con los mates de
tarde
con la bombilla que todavía guardo,
en sus quehaceres tejía mis pulloveres
mezclando viejas y nuevas lanas,
afable, seductora , hacía amigas
de habilidades prácticas,
sumisa, pasiva, a veces resignada
atrapada en la incertidumbre del por-venir,
sólo eso mis escritos protestaban,
yo le acompañaba en aquellos silencios
de
nuestras dos soledades,
la alquimia de su cocina era el refugio
inventado
los ñoquis lo más elevado
a pesar de sus amarguras y llantos
los platos eran perfectos, los dulces y los
salados
aquí estoy con las cartas que me han dado
y con otras que yo mismo he creado
de mis primeros pasos agradezco al fin lo
dado
acepto los sentimientos mezclados
me quedo con los afectos de mi inventario
los amores cosechados , la ternura
de quienes me han enseñado
devuelvo al viento las cenizas de unos
pocos engaños
y de aquello que no me pertenece ya me he librado
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