Acabo de
leer “El jugador” de Dostoievki con una actitud desapasionada sobre las
pasiones de los jugadores compulsivos, extraña emoción de mi parte ya que mi
padre había sido uno de ellos; quizás la distancia, o el tiempo, o ambas cosas
permiten mirar aquel tiempo con otros
ojos.
Uno quiere
conocer el alma humana, en especial la propia, a sabiendas de que somos imperfectos,
motivo por el cual dicha tarea resultará incompleta. Con respecto al alma (no
en el sentido religioso) de los otros y de su subjetividad abandono las
búsquedas y mis conjeturas; los relatos pueden estar cargados de mentiras y de
variadas percepciones, de lo cual se desprende un resultado más incierto.
El otro,
frecuentemente, piensa y siente distinto. Adhiero a la idea de que la vida no
es neutra, siempre circula entre lo bueno, lo malo y lo mezclado, los hechos
tienen consecuencias y lastiman, a veces, la piel de unos y otros, motivo por
el cual es difícil tener olvidos y perdones.
Entender
algunas cuestiones puede ser muy complejo. A veces uno sólo alcanza a bordear
las orillas, darse cuenta cuando alguien no quiere, no puede, no sabe, no
intenta… Resulta triste ver en el caso de un jugador compulsivo encontrar a ese
hombre o esa mujer, perdido en un destino elegido…
De tanto en
tanto se encuentran la mujer o el hombre de ayer con la mujer o el hombre de
hoy, a veces se reconocen y a veces se dan cuenta de sus diferencias. Se
saludan, se abrazan, dialogan, reflexionan… después de un rato siguen caminando por sus tiempos y por sus
sendas…