Rosario,
Diciembre de 2013.
A quién
corresponda:
Soy
un modesto escritor que se dedica al noble oficio, al igual que usted proveo de
cierto fluido energético, aunque en mi caso, es difícil medir con parámetros
objetivos los niveles que encienden
la emoción o deslumbran por su
estética.
Los
cortes de luz han alterado mi agenda – que de por sí presenta un
desestructurado orden- lo cierto es que basta que planifique cierta
organización en el ciclo semanal para que
las circunstancias (entendiéndose por ella los cortes preventivos, explosiones
de generadores o rupturas de cables de media tensión, entre otros) dejen por
tierra cualquier plan de acción en lo que respecta a la administración de mi
tiempo.
A
la luz de las velas y con una profusa transpiración se me plantea en mi tarea una
extraña paradoja, por un lado no aparecen los brillantes chispazos de la creación, y al mismo tiempo –cosa rara-
se me ocurren algunas construcciones con cierto resplandor, aunque de un lenguaje oscuro,
quizás con algunas expresiones vulgares
referidas a sus ancestros. Admito que he copiado ciertos vocablos de
espontáneos piquetes callejeros.
En
mi cotidiana realidad, si pretendo escribir por mucho tiempo, me proveo de
lápices y biromes, en cierto sentido soy un hombre previsor, es decir me
pre-ocupo por los instrumentos que
necesita el arte en cuestión; no sé
cuáles serán las reglas del suyo pero
imagino que la lógica debe ser similar, si hay más edificios por año, será necesaria más energía.
Mi
cerebro es una metáfora de la ciudad, mis vías neuronales - léase avenidas – no tienen el fulgor ni la fosforescencia de las luces de
neón, no obstante ello, transitar por las calles opacas agudiza los sentidos, uno se desentiende de los hábitos y
costumbres, aspecto muy saludable para quienes incursionan en la literatura, ya
que para encontrar la cegadora claridad de la iluminación es
necesario pasar por la incertidumbre de las tinieblas.
Mis infrecuentes chispas no tienen el
resplandeciente destello de su
compañía, aunque debe agradecerle que la penumbra
y los colores mate de los ambientes de mi casa – que en siete veces me han
visitado- han traído cierta aureola de esplendor a mi prosa.
Para
despedirme hubiera querido recurrir a algunas palabras radiantes que siempre guardo en mi refrigerador, pero estas son como el
pescado, sin la cadena de frío no duran mucho tiempo. Por tal motivo se la debo
para otras ocasiones más fulgurantes.
Por
último, reconozco otro logro de su gestión, estas sorpresas centelleantes de la vida cotidiana me
han llevado a repasar el diccionario práctico de sinónimos y antónimos,
específicamente del vocablo: LUZ.
Como
siempre, las letras me salvan y son mi candil.
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