jueves, 2 de enero de 2014

Rosario, Diciembre de 2013.
A quién corresponda:
                                               Soy un modesto escritor que se dedica al noble oficio, al igual que usted proveo de cierto fluido energético, aunque en mi caso, es difícil medir con parámetros objetivos los niveles que encienden la emoción o deslumbran por su estética.
                                               Los cortes de luz han alterado mi agenda – que de por sí presenta un desestructurado orden- lo cierto es que basta que planifique cierta organización en el ciclo semanal para que  las circunstancias (entendiéndose  por ella los cortes preventivos, explosiones de generadores o rupturas de cables de media tensión, entre otros) dejen por tierra cualquier plan de acción en lo que respecta a la administración de mi tiempo.
                                               A la luz de las velas y con una profusa transpiración se me plantea en mi tarea una extraña paradoja, por un lado no aparecen los brillantes chispazos de la creación, y al mismo tiempo –cosa rara- se me ocurren algunas construcciones con cierto resplandor,  aunque  de un  lenguaje oscuro, quizás con algunas expresiones  vulgares  referidas a sus ancestros. Admito que he copiado ciertos vocablos de espontáneos piquetes callejeros.
                                               En mi cotidiana realidad, si pretendo escribir por mucho tiempo, me proveo de lápices y biromes, en cierto sentido soy un hombre previsor, es decir me pre-ocupo  por los instrumentos que necesita el arte en cuestión;  no sé cuáles serán  las reglas del suyo pero imagino que la lógica debe ser similar,   si hay más edificios por año, será necesaria  más energía.
                                               Mi cerebro es una metáfora de la ciudad, mis vías neuronales  - léase avenidas – no tienen el fulgor ni la fosforescencia de las luces de neón, no obstante ello, transitar por las calles opacas agudiza los sentidos, uno se desentiende de los hábitos y costumbres, aspecto muy saludable para quienes incursionan en la literatura, ya que para encontrar la  cegadora claridad de la iluminación es necesario pasar por la incertidumbre de las tinieblas.
                                               Mis infrecuentes chispas no tienen el resplandeciente destello de su compañía, aunque debe agradecerle que la penumbra y los colores mate de los ambientes  de mi casa – que en siete veces me han visitado-  han traído cierta aureola de esplendor a mi prosa.
                                               Para despedirme hubiera querido recurrir a algunas palabras radiantes que siempre guardo en  mi refrigerador, pero estas son como el pescado, sin la cadena de frío no duran mucho tiempo. Por tal motivo se la debo para otras ocasiones más fulgurantes.
                                               Por último, reconozco otro logro de su gestión, estas sorpresas centelleantes de la vida cotidiana me han llevado a repasar el diccionario práctico de sinónimos y antónimos, específicamente del vocablo: LUZ.
                                               Como siempre, las letras me salvan y son mi candil.
                                              


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