El ajedrez se
define como “ Un juego de mesa
practicado
por dos personas sobre un tablero cuadrado
de 64
casillas (mitad blancas y mitad negras), sobre el
que se
encuentran dos grupos de figuras enfrentadas
(blancas y
negras) y cuyo objeto es rendir o dar jaque
Mate al rey
adversario” (Uvencio Blanco).
Cada ejército
tenía una tropa ligera en su primera
línea a cargo de los peones y una tropa
pesada representada por las torres, caballos y alfiles (elefantes de combate),
el rey, un zángano al que todos
codiciaban y por lo que todos peleaban,
y su consejera, la dama, una valiente guerrera, que a diferencia de lo
que ocurre frecuentemente en la vida, estadísticas mediante, moría antes que su marido.
Nosotros ya sabíamos
que las horas de nuestro rey –el negro - estaban contadas – Sólo él lo
ignoraba-
Comenzaron
moviendo las blancas, clásica costumbre de la nobleza, bastaba esta acción, ese
primer movimiento para que todo el tablero estuviera solidariamente
afectado. Después de ese hecho, las
negras, pensaban las veinte primeras
posibilidades de su jugada, más tarde cada movida irían multiplicando sus millones
de variantes.
Apertura
En los comienzos de
su reinado, el gran jefe, procuraba
estar en el centro de la escena, con un carácter personalista, suficiente y
arrogante. Sabía que las medidas más importantes debía impulsarlas en los
primeros meses gobierno.
Solía plantear sus
faraonicos proyectos, exageraciones que el tiempo se encargaba de nivelar,
excesos de una demagogia de discursos y anuncios rimbombantes que cada período
pulía, esmerilaba y sacaba sus sobrantes, como un escultor que busca afinar los detalles, con las reglas de su buen arte.
Todas sus acciones
eran inaugurales, nadie antes había logrado
ninguna conquista, ningún nuevo derecho.
Toda la historia se borraba, tarea a cargo de los intelectuales
oficiales, escribas bien pagos en el órgano de la Secretaría Académica de la
Verdad, que ya había publicado el Diccionario Popular Abreviado. El aparato de
propaganda y difusión se canalizaba por la prensa escrita, radios, programas de
televisión y a través de Internet, mediante blogs, facebook, revistas digitales…
Aquellas
costumbres no eran sólo privativas de la máxima autoridad, cosa parecida
acontecía en estratos inferiores y
quizás con más intensidad, algunas cosas que ocurrían arriba también ocurrían
abajo, desde los príncipes cercanos hasta algunos directores de profesorados, Regentes de turno, ayudantes de segundo y tercer nivel de parroquias, clubes y
vecinales. Lo más peligroso era el
“carácter social” de aquella sociedad,
ya que las personas poderosas podían
cambiar pero no las condiciones de la cuales se engendraban, de tal suerte que,
algunas cosas volvían a repetirse con otros maquillajes.
Volvamos al hombre
que cosechaba por algún tiempo las mayores pleitesías. Como comandante general
en el campo de batalla –sin perder su egocentrismo- ordenaba tomar los terrenos del centro, más
precisamente el llamado cuadrado del medio, con la misión de ocupar o dominar con premura, directa o
indirectamente, las coordenadas: e4, d4, e5, d5.
Tenía lógica tomar ese territorio ya que era una ruta de
abastecimiento tanto para la defensa como para el ataque. Dicha aparente
ventaja la disputaban ambos bandos. Pero
el objetivo de las negras no había sido logrado, sus oponentes conquistaron la
iniciativa y predominaban en número en
el terreno ansiado.
Las blancas
plantearon una defensa siciliana y las negras la defensa Pirc, de esta manera
se insinuaba un juego abierto, las maniobras militares anunciaban una lucha
armada encarnizada. Los reyes ya estaban protegidos en sus extremos y habían salido los caballos y los alfiles. Una
docena de movimientos se habían efectuado, algunas cuestiones de la
partida serían determinantes en el final.
El medio Juego.
En esos momentos
de la partida se manifestaba su más
alta pedantería; creía que sus vasallos y descendientes eran
la tabla rasa donde él podía grabar con las gubias de sus deseos -exentos estos de inocencia- el honor de su
nombre, sus personales escudos y blasones
de su estirpe. En su orgullo y obstinación sacrificaba a sus gobernados sin ninguna compasión.
Muchas de las
decisiones de la breve vida del rey habían sido tomadas con estúpido orgullo,
las equivocaciones mayores eran un cúmulo de pequeñas decisiones menores que
afectarían más tarde el destino final.
A sabiendas de que
el poder era muy seductor, muchas personas vinculadas con la corte, se
acercaban al patrón del imperio con el objeto de obtener algunos favores, otros
por cuestiones de supervivencia - ya que
participaban de los combates- procuraban no contrariarlo, en el juego de
la guerra, un cambio de humor del comandante general,
podía ser nefasto, más de una pieza murió por un ataque en un capricho desesperado o en un análisis incompleto.
Es cierto que
algunos tomaban distancia y ponían
límites, mientras otros optaban por vender su consentimiento a cambio de
algunas comodidades, de esta manera al
monarca nunca le faltaban un séquito de colaboradores, medianía de
mediocres obsecuentes, hombres sin voz
propia, aplaudidores, recitadores de guiones ajenos. La vestimenta del rey era
la más bella, aunque estuviera desnudo, anécdota conocida en los salones del
corte.
La debilidad de
estos personajes perduraba, pero no así su fidelidad, ya que esta exigía
compromisos y esfuerzos, dicho alineamiento terminaba
tan pronto finalizara el reinado
y antes de que alguien dijera el tradicional – Ha muerto el rey, que viva el
rey-. Estos claveles del aire, hombres
sin autonomía, se sujetaban a cualquiera que les proveyera el sustento y
el confort sin mayores esfuerzos con una
facilidad extrema para cambiar los principios y las lealtades. Pero la suerte había llegado para todos por igual, en los cuadros superiores e intermedios, el
exterminio no dejó a ninguno de ellos sobre el suelo.
Los generales,
entre otros, estaban destrozados,
horizontales e inertes en los bordes del campo, ya no había ejército. El rey
que hasta se había creído su omnipotencia, empezaba a tener evidencias de su extremo opuesto, la impotencia.
Un final con peones.
El rey en
cuestión estaba incómodo en la columna
donde habitualmente transitaba una de sus
torres, pero estas ya no estaban, el señor llamado hasta hacía poco
tiempo “Vuestra Eternidad”, ahora con
precarias pertenencias, sin alfiles y caballos que le acompañaran y ya con pocos servidores, avanzaba
peligrosamente por ese costado- las circunstancias no le daban muchas opciones
- con paso cansino se desplazaba una casilla por vez, como siempre se
refugiaba detrás de sus peones, otrora, detrás de su dama, ahora unos pocos hombres de su más débil
infantería le hacían una frágil barrera, dos o tres de frente ofrecían sus pechos valientes, y otros sostenían su posición desperdigados en el otro lado del tablero, brillantes soldados de madera, aunque en otros
juegos sabíamos que
eran de carne y hueso.
Quedaban pues
estos peones como única fuerza de choque. En tal situación los fieles soldados
ignoraban su realidad, atontados como si no estuviera pasando lo que pasaba, los
resultados de aquellas batallas eran atroces, prisioneros de ese destino, una atmósfera de falsa esperanza los mantuvo
por un tiempo sin desesperación, la llamada “ilusión del indulto” era el
mecanismo de evasión al que apelaban y desde donde habían sostenido tales
fantasías.
El rey no podía
culpar a su consejera, la reina, de sus errores estratégicos, ella había sido
eliminada en una celada. Existía una clara evidencia de
las precariedades en las tareas y decisiones del soberano
Cuando se impuso
el “principio de realidad”, los peones estaban dominados por el terror, antes
del espanto y la locura, el soberano llamo a una reunión secreta con los dos sindicatos que todavía quedaban en
pie, la C.P.U. Confederación de Peones
Unidos, y la U. P. D. Unión de Peones Disidentes. Antes de que tomaran con apatía e indiferencia su
propia destrucción, era importante
disciplinar lo que quedaba de la tropa.
La reunión se llevaba
a cabo en el más absoluto silencio, en
unos instantes en que la partida estaba suspendida. Su majestad se debatía
entre una línea de acción dura y otra blanda. Consciente de que los gremios
estaban divididos y sabiendo que debería mantener firme su decisión, decidió
agregar un comunicado a su precario regimiento, el mismo decía: -aquel que
intentara huir del campo , desertar o tuviera intención de traicionarlo, sería
fusilado en pleno campo de batalla-. En síntesis, había optado por ser temido.
La alteza mayor ya
no tenía quién le escribiera, los contratados de la corte buscaban a otros sponsors, por tal motivo la historia oficial
–aquella que tuerce frecuentemente su relato, con una gran propensión al mito- tenía que
construirse con su puño y letra. Esta tarea, como otras, las tenía que hacer el
mismo, dichas inusuales actividades lo
habían hecho bajar de peso, cuando
antes, lo dominaba el sedentarismo y la molicie.
Aquellos
quehaceres que antes menospreciaba como triviales, al cambiar su contexto,
cambiaba sus hábitos y conceptos, aunque
esto no era resultado de un
convencimiento interior, ahora revalorizaba lo que antes miraba con desdén.
Ya no le consentían sus locuras,
caprichos ni arrebatos. Su aspecto
estaba algo avejentado, había perdido
algunos kilos, tal vez por aquellas obligadas
caminatas por el tablero cuadriculado.
La escritura del
monarca se tornaba un poco más sincera, quizás por la soledad que habían dejado
sus ocasionales admiradores y la
ausencia del público de la corte. Dicha escritura le asustaba un poco por ser
uno de sus desacostumbrados valores,
como si categorizara el hecho de ser honesto un gran riesgo para su persona.
Triunfaba al fin
la espontaneidad y naturalidad del momento. Pensaba en esos instantes novedosos
donde no era necesario cuidar tanto la imagen, qué sentido tenía hacer poses
para los fotógrafos de los diarios, la muerte de un imperio no era una gran
noticia, mercancía al fin de gente afecta al espectáculo. Sus monumentos
comenzaban una erosión que terminarían en un polvo inanimado.
En los finales de
la partida, en este caso, finales de peones, la estrategia perdía importancia,
sólo era necesario resolver algunos problemas tácticos puntuales que no
necesitaban demasiado análisis; esto le permitía al emperador
disponer de cierto tiempo para
algunas reflexiones.
Esas largas
jornadas laborales con la obligatoriedad de tareas y relaciones, ya no imponían
su agenda, hallazgo que le permitió darse cuenta que no eran tan urgentes ni
importantes como pensaba; perspicacia que se logra cuando se acumulan algunos
calendarios, cuando llevamos en el cuerpo alguna cicatrices o cuando alguna circunstancia adversa nos inspira
hacia una humildad tardía con marcados efectos democráticos.
El otrora gran
jefe proveedor de aquella ideología autoritaria perdía su jerarquía en aquel
juego, las nuevas tendencias y su
contexto le habían hecho cambiar de paradigma, la nueva realidad le hacía ver
el otro lado del tablero, lo sistémico de aquel deporte; el hecho de ser
minoría le facilitaba algunas comprensiones: la potencia de un “no”, resistir con racionalidad, protestar pasivamente, recursos que la fuerza
de las circunstancia le imponía.
Nosotros no
dejábamos de asombrarnos que su
majestad, que había conquistado aquellos privilegios por la lotería
de su sangre, tuviera una fragilidad más extrema que la nuestra. Su
pobreza emocional era
franciscana – no
en términos religiosos, sino en el concepto literal- abundaban los chantajes afectivos
y las crisis interpersonales caracterizado por el propósito de imponer su
razón o fortalecer su autoridad.
Ese falso
super-hombre que algunos invocaban como
su salvaguarda, no había resuelto las preguntas existenciales más básicas y
elementales, nos extrañaba sobremanera que tantas riquezas materiales
contrastaran con vacíos tan profundos,
aunque una categoría no tenía nada que ver con la otra.
Como el tiempo se
reducía, jugaba casi automáticamente , para ahorrar algunos segundos y de esta manera escribir algunos párrafos más a su biografía –una versión más de los hechos que nosotros
desde otro lugar relatamos de otra manera – Percibíamos en
aquellos instantes, lo que sentía
nuestro personaje, la elevada tensión de
sus excitaciones en esta fase de la partida; con gran esfuerzo trataba de atemperar
ese complejo mecanismo de displacer que no se podía sostener por
largo tiempo, le transpiraban las manos, había sentido sequedad en su
boca y la respiración la percibía opresiva
y acelerada. En algunos instantes anulaba
o atemperaba las luces claras de su nueva conciencia y volvía a repetir compulsivamente sus conductas
violentas y despóticas, se enojaba con todas las imperfecciones que
desmoronaban sus propósitos de eficacia
y eficiencia, juzgaba como torpes
todo aquello que se opusiera a su aceitada organización. Como un péndulo
iba de extremo a extremo exagerando cada
vez más su balanceo.
Abruptamente
recuperaba su compostura, volvía a la escritura, retomaba ese impulso de coraje en las ideas que no eran
proporcionalmente iguales a sus acciones,
síndrome muy característico en los escritores, en el que creemos que una palabra nos puede
salvar de la angustia o de la muerte.
Podemos pasar un
manto de piedad diciendo que cada uno hace lo que puede – acto que podría verse como
egoísta de nuestra parte, pensando en un beneficio complementario para
el perdón de nuestras equivocaciones en un futuro no muy lejano, habida cuenta
que nuestro señor sólo se nos había adelantado. Desde nuestra perspectiva, nosotros, sin ser crueles no somos tan tolerantes, alguna
dignidad nos queda, ya sabemos por experiencia, que no se puede tolerar la
intolerancia, un nivel de indignación por algunas cuestiones es también una
forma de recuperar cierto respeto.
Volvamos a nuestro citado personaje, la situación de
las piezas negras era desesperante, en oposición a nuestra conjetura, aspecto
que nos resultaba paradójico e irónico, el soberano, al borde de su fatal
desenlace, buscaba un amo que lo salvara
de sus mortales presagios.
Era extraño que la
ilusión del jefe supremo, buscara a otro
jefe, otro padre invisible que lo protegiera ¿Qué sería de esa masa de peones
si supieran que su máxima jerarquía
buscaba a escondidas las mismas protecciones que ellos invocaban?
El rey antes de
ser humillado por el filo de la espada de una nueva doncella, la joven reina,
recién coronada, tomo cicuta y cayó pesadamente sobre el piso de los cuadrados,
ayudado por quien movía las piezas, con un suave impulso sobre su cabeza.
Alguien del público, en ese acto, había gritado en árabe: al-shah-mat
“el rey está muerto”, y fuertes aplausos del auditorio festejaban el
triunfo de las blancas.