lunes, 16 de mayo de 2016

La valija del Señor Ortíz.



Entrenador de nadadores competitivos, mis nietos entre ellos, participante activo en los Torneos Nacionales de  distintas categorías, representante técnico en diversos torneos internacionales, apasionado defensor de su Deporte, son unas breves líneas de su abultado currículum, mención necesaria para delinear el contexto. Breves líneas que seguramente el escribiría mucho mejor.

Con tal profesión resulta evidente que la valija es un elemento imprescindible de su tarea, acostumbrada a viajes, aeropuertos y  traslados a decenas de piletas, característica  que le permite ostentar el título de viajero y no turista.

En un intercambio fugaz  que nos ofrece la tecnología apelamos  a una breve  escritura  sobre sus percepciones y sentimientos acerca del contenido de su valija, me comentó las cosas inmateriales e invisibles que  llevaba dentro de ella, sueños, deseos, necesidades, ansiedades, proyectos, y de todas ellas las cosas que traía a su regreso, los aplausos y los desencantos.

Me invito a escribir, contagiándome esta inquietud, sobre este objeto tan común y a su vez tan cargado de simbolismo. Nosotros sabemos que la tarea es imposible – y aquí apelo a la complicidad del lector-  ya que el otro es otro y las percepciones, entre varias cuestiones más complejas  son personales, tan únicas como personas hay. Aunque también es cierto que revelarnos en la comunicación desde cada perspectiva es el puente que define los supremos valores de nuestras relaciones.

Imaginé que la valija bien podría ser una mujer idealizada  que lleva a todas partes, una manera de viajar con ella, de estar y hablar con ella. Avanzando en el delirio, del cual cierta cordura después me permita retornar, me preguntaba ¿Qué cosas lleva? , no sería extraño, por esas cuestiones mágicas, que llevara una pileta dentro de ella, a la que sólo puedo describir con sus azulejos de color turquesa, andariveles de color y sus clásicas “rayas negras” objeto de reflexión de sus propios deportistas.

Para los más objetivos y concretos es posible que llevara: dos  cronómetro  ( a veces 3), una notebook, una carpeta repleta de nombres y tiempos, un libro muy técnico y muy gordo que seguramente no podría leer pero que le daba cierta tranquilidad tenerlo, un block de notas aún en blanco, 4 biromes de color (negra, azul, roja, verde) un resaltador amarillo, 5 remeras, un buzo completo deportivo, una campera para la lluvia, un pantalón negro, un par de zapatos, un par de ojotas, algunas fotos, una camisa, un pullover, 6 mudas de ropa interior, 3-4 pares de medias, un cepillo de diente, crema dental para viaje, una soga elástica, 6 ganchitos para colgar la ropa, un alicate y lima para uñas, una Victorinox , un botiquín y un amuleto. Estas las cosas materiales… pero en los huecos de la maleta, en los intersticios, en esos espacios vacíos ¿qué otras cosas llevaba el Señor Ortiz?

A los objetos le damos vida, los humanizamos como una extensión de nosotros, la oportunidad de escribir buceando en el cruce de las subjetividades y lo imaginario, me impulso a sumergirme  en esas aguas. Recordé que las ollas de mi madre que aún existen,  no tienen la vida de antes, quizás hayan muerto con ella y hoy  representan el recuerdo grato de su cocina, del amor por juntarnos con sus ñoquis, la alquimia de paladear los afectos.

Imagino la carta de Ortiz a su equipaje, sus amores y desvelos, cuántas ilusiones que no son tangibles ni tienen peso a la hora de despacharla en el aeropuerto. Mi tarea es imposible porque no puedo hablar de lo que siente, sólo sé que cada amor tiene algo de incomprendido, el otro ama de otra manera, esto es bueno saberlo para no sumar dos decepciones, una relación sana quizás resida en tolerar un monto indeterminado de nuestra natural incompletud, quizás de esta manera, desde la empatía pueda acercarme a la dermis de su piel no sin antes recurrir a cierta disociación instrumental, es decir, identificarme  pero a su vez mantener una distancia para que mi rol específico  de escribiente no sea abandonado.

De todas manera nosotros sabemos que este escrito solo alcanza las orillas  de ese océano, que abarcan el mundo interno y sus  sentires, esto es sólo una traducción aproximada  e incompleta de algunos intercambios, donde se mezclan lo real y lo simbólico, sabiendo que todo no puede pesarse ni medirse con la balanza de las evidencias.

Siguiendo con estos permisos de la escritura, uno puede también jugar con lo que no ve, pidiendo disculpas de antemano por el atrevimiento, no veo en la valija espacios de silencios, esos pequeños lugares que quedan entre dos prendas, en algunos pliegues de la ropa, esas zonas que uno inventa, que a veces requieren una modesta variable temporal de treinta minutos, puede ser un café fuera y lejos de la pileta, una plaza, un banco frente al río, una biblioteca en silencio… un lugar donde estar y no hacer nada y escuchar la sabiduría del silencio.

Sugiero, intromisión  mayúscula de mi parte, llevar un libro pequeño de filosofía, preferentemente de los clásicos que tan bien entienden de las pasiones humanas, u otro de literatura, sin  importar el género, por iguales razones, no me atrevo a recomendar ninguno porque los libros hay que degustarlos personalmente, algunos tienen sabores dulces, otros amargos y en los mejores están entremezclados. Los libros necesitan ser re-escritos y lleva un tiempo animarse y esperar el proceso que culmina con   sus regalos.

Si bien podemos acordar que los aprendizajes técnicos son muy importantes, los más valiosos son los aprendizajes afectivos que traiga en maletín de sus viajes.

A la espera de este  correo veloz y eléctrico, un mail de tus nuevos y grandes viajes, así intercambiamos con tu valija mis viajes imaginarios.

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