domingo, 7 de septiembre de 2014

Dos niños.

Al niño grande le brilla la mirada
frente al espejo del destiempo
a la luz de sus  planos y las distancias
-emisor y receptor de esta gimnasia-
el niño chico ya tiene una imagen de palabras
hecha de trama y urdimbre inventada,
sin máquinas ni lentes de esculturas instantáneas;
no sé quién en su mismo cuerpo se pregunta:
¿Quién lee aquellos cuentos y poesías trasnochadas?
¿Quién llora la primogénita  herida
de esa  soledad acumulada?
¿Quién es el que ha sido? 
¿Quién es el que me dicta –aquí-  al oído?
¿Quién está desagotando el lago de sus lágrimas?

Los dos niños se abrazan
con una ternura  -para ellos- inigualada
un fulgor de conciencia
ilumina aquel desierto

de sus ignorancias derrotadas.

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