miércoles, 20 de febrero de 2013

El fabricante de palabras.




“…inmediatamente le hicieron recordar aquel famosísimo caballo de troya, aunque fuese más que evidente que en la barriga de la estatua no había espacio suficiente ni para una escuadrilla de infantes, a no ser que fueran  liliputienses,  y  entonces  sí que no  podrían  serlo,  dado que la palabra todavía no existía.”        
José Saramago (El viaje del elefante).

El artesano fabricaba palabras, su modesto taller era una especie de PYME, sin cinta transportadora ni organización Taylorista, unipersonal propietario, gerente y empleado, la fortaleza de la empresa era la motivación, el trabajo disciplinado, la centralización y el respeto a la misión del acta fundacional, esta última era trabajar con sistema y rigor en la construcción de nuevos vocablos.
No se consideraba un paladín de las letras pero sentía que inaugurar  palabras nuevas era como andar por la vida con un coche 0 kilómetro con ese olor a 0 Kilómetro que resulta tan  fácil sentirlo y tan difícil de explicar (gran paradoja de la lengua), para él, los términos nuevos no tenían  vicios iníciales, sin rodamientos previos, sin los desgastes del sobre uso,  ni las imperfecciones de los años.
La fábrica padecía los avatares financieros de una empresa condenada a la improducción;  además los maestros, los hombres intelectuales, los poetas, pintores, escultores…, aquellos que osaban  acercarse a la cultura padecían el escarnio de lo impopular, y más aún en  este particular caso, un  hombre  cuyo producto de fabricación  se emparentaba con el arte. El número de palabras por año no llegaba a la decena. Si bien los efectos de cada nuevo artículo tenían consecuencias inesperadas, se necesitaban, además,  de 10 a 20 años para difundirla e incorporarla a los ya 86000 vocablos existentes.
Nosotros no sabemos  porque la tarea se tornó tan personalista, quizás por la poca cantidad de gente interesada en la temática. Cosa que lo llevo a ocupar, entre otras cosas,  el puesto de gerendete (gerente y cadete) de su pequeña fábrica.
Nuestro personaje  cada vez que atravesaba una difícil situación económica  apelaba al   recurso de ofrecer  algunas expresiones en oferta, entre ellas: “ Bikactejo” y  “Chufular”, el primero quería decir “inestable” sinónimo de “incierto” aunque con un aire más informal, el segundo se traducía como “coito” o “hacer el amor” expresión quizás más vulgar y coloquial. La liquidación se completaba con un colectivo más extenso “ ni be, ni me, ni cuquerecu” cosa que podía traducirse como: “ni más ni menos”, y…. más o menos, o ni  bien ni mal…… Al final tuvo que vender las palabras en el mercado negro, por todo ello se sintió muy mal , era como traicionar la nobleza de su trabajo, buscando clientes deambuló por las calles  como un arbolito vendiendo dólares en el mercado marginal, pero como  no había mucha oferta,  acabó vendiendo a una cotización mucho menor a la esperada. Por supuesto  que nosotros no  somos lectores desprevenidos y  conocemos el hecho de que las personas siempre sobrevaloran lo que tienen,  inventan, o producen, asignándoles un precio mucho más alto de lo que opinan los demás.
La fabricación de las palabras tenía métodos poco ortodoxos, la primera de ellas consistía en poner en un gran bolillero todas las letras del diccionario, se formaban grupos de 4,  de a 6 u 8 letras obtenidas al azar, a partir de allí se estudiaban las posibles combinaciones, los ajustes pertinentes basados en  la expresión, la estética, sonoridad,  ritmo, y todos  los matices que percibía el oído. Otra técnica tomaba el camino inverso iba de lo general a lo particular.
El señor de las letras también pensaba en las relaciones remotas de la palabra, el efecto de sentido de las mismas, imaginaba a   los futuros parlantes y escribientes, los  co-autores de la obra. Cada descubrimiento era como el hallazgo de una semilla exótica cuyo fruto se desconocía e  ignoraba. Él escribía la novela de cada  nacimiento, ponía el nombre ni más ni menos,  hacia la historia en el  dudoso  origen (de lo cual se deduce que este siempre es  conjetural). Sus acciones no eran inocentes, a él también le dominaba un interés, ser un creador de nuevas realidades  le garantizaba –en el futuro- su eternidad.
Este heroico defensor se preguntaba ¿Cómo podía  leer esa palabra que aún no había  sido inventada? ¿Cómo la podía  expresar  si aún no la había escrito? En esa existencia, en el borde  de ser y el  no-ser- otra paradoja del escritor-  se debatía nuestro amigo, buscando la palabra que aún no existe, y se quedaba  y consumía, dando vueltas por el renglón.  Más tarde, seguramente,  lo veremos haciendo el mismo rito, repitiéndose, siendo un trabajador del devenir, buscando lo indecible, pensando la letra que lo abarque, ese acto o acción que lo complete.
¿Acaso existía lo que no se podía expresar? , tal vez si, quizás en otro lenguaje, sólo que la existencia de un sentimiento, sensación o emoción quedaba encerrada en ese cuerpo sentido, hasta el recuerdo se limitaba –entonces- a esa soledad existencial. Es cierto por ejemplo que un olor, o un color  es difícil de definir , y aunque se puede expresar genéricamente , el olor y el color  en cuestión tendrían  un grado de subjetividad elevada, igual ocurriría  con la emoción, la expresión de la mismas tienen  elevadas imprecisiones, que ni siquiera podrían resolver un amormometro o sentidómetro (aparatos aún no inventados).
Si bien los elementos de referencia,  pertenecían a un mismo idioma, incorporar nuevas palabras en una época en que se usaban tan pocas en el léxico de todos los días, hacía que el posible nuevo producto no gozara de  muy buen marketing. No obstante ello, al  hidalgo caballero, no cesaban  de caérsele  ideas de su cabeza, una vez que obtenía  una palabra ejercitaba la misma  buscando una estética en su cursiva,  la sometía a todo tipo de exigencias y verificaciones, y el término en cuestión debía tener efectos en el cuerpo, alguna sensación o necesidad visceral. Debía imaginar también su gusto dulce o salado,  y sostener un delicado equilibrio entre lo oscuro y lo claro, una suerte de ying y yang. No escapa a nuestro criterio,  que cualquier nuevo invento de este tipo podría cambiar el universo; una vez que la expresión estaba libre,  suelta –como el viento- se podía meter por  debajo de los umbrales y se convertiría  en voz y más luego en imágenes  y miradas, aunque estas últimas fueran  por caminos paralelos.
Dentro de ese largo proceso, parte de ese reducido vocabulario, lo añejaba un tiempo en lo oscuro y silencioso, de tanto en tanto, por las noches, se despertaba sobresaltado, como escuchando ladrar allí aquellos, sus  imaginarios perros, aquel mundo interno de un todavía mudo parlante. Al igual que Beethoven trataba de pergeñar una   sinfonía sin poder escucharla y esos  largos silencios eran parte de la obra. No gobernaba su breve escritura, puede decirse por el contrario, que ella, anárquica,  lo levantaba angustiado a las tres de la mañana, le provocaba nauseas y descomposturas después de su despertar, se tranquilizaba en los atardeceres y le regalaba sabores agridulces por las noches tempranas.
Mas la condena fue perpetua, superada la angustia de la “página en blanco” y después de llenar sus cuadernos, negros, rojos, azules y blancos, compraba otro y volvía a llenarlos, como aquel que vuelve a su patria, con sus alegrías y sus espantos…Y aquí está otra vez, nuestro amigo, en el retorno de la angustia, que sólo la superan la infalibilidad de los  libros de autoayuda, más al escribiente y lector de nuestra historia, no le están dadas estas cosas. La respuesta a lo desconocido sigue siendo desconocida…